Epigramas

Muchos de vosotros conocéis mi afición poética. También, aunque esto no todos, sabéis de mi aflicción poética. Dejemos a un lado las tristezas y quedémonos con las alegrías, con las segundas intenciones, con la mala leche, con el ingenio, el lado satírico, el cínico y el irónico.

Así empecé a interesarme por este arte, que algunos piensan es de gente afeminada, bien, que se lo digan a Bécquer, por poner un ejemplo. Sí, ya lo sé, escribió eso de que empezó a creer en Dios cuando le miró cierta mujer de ojos turbadores. Reconozco que llegó a escribir versos llenos de sensibilidad y, quizá, hasta cursis. Pero lo que no todos saben, porque eso no nos lo enseñaron en la escuela, aunque a mi juicio debieron haberlo hecho, es que, junto a su hermano, fundó un dúo llamado “Sem” y se dedicaron a martirizar a la reina Isabel II y a su rey consorte. Suyo, de Bécquer, son los siguientes versos parodiando el don Juan de Zorrilla:

¡Carlos, Carlos, yo lo espero
de tu hidalgo corazón,
métela sin dilación
que ya por joder me muero!

Este arte, y no su lado más sensible, fue lo que primero me atrajo de la poesía. El libro de mi iniciación, y que recomiendo efusivamente, es el de "Los Coñones del Reino de España", de a. Ussía. Allí se pueden encontrar "joyitas" como la que Góngora dedicó a Quevedo y Lope:

Hoy hacen amistad nueva,
más por Baco que por febo,
don Francisco de Quebebo
y don Félix Lope de Beba.

Las respuestas de Quevedo y Lope a Góngora y, especialmente, a los culteranos son tan abundantes que es casi imposible encontrar una representativa. Así que escribiré este soneto de Quevedo, burlándose del estilo “afectado” (y de Góngora, desde luego):

¿Qué captas noturnal en tus canciones?
Góngora bobo con crepusculallas,
si cuando anhelas más garcivolallas
las reptilizas más y subterpones.


Microcosmote Dios de inquiridiones
y quieres te investiguen por medallas
como priscos, estigmas o antiguallas
por desitinerar vates tirones.


Tu forastereidad es tan eximia
que te ha de retractar el que te rumia
pues viertes viscerables cacoquimia

farmacofolorando como numia
si estomacabundancia das tan nimia
metamorfoseando el arcadumia.

Allí, en el libro de Ussía, también podéis encontrar una alusión breve al que es para él el mejor epigramista de todos los tiempos. Juan de Tassis, conde de Villamediana. Éste es otro de los grandes poetas que seguramente ahora se des-enseña en la escuela.

Debió ser uno de esos personajes grandiosos, uno de esos hombres dotados para lo que quieran. Y éste quiso probarlo todo. Y lo hizo, vaya que sí. Así, a un tal Vergel, que intentó rivalizar con él, le dedicó esta joya, en alusión de la costumbre del Siglo de Oro de regalar presentes a las señoras que te cepillabas asiduamente:


¡Qué galán que entró Vergel!
con cintillo de diamantes,
diamantes que fueron antes
de amantes de su mujer.

Vaya manera de decirle a alguien que tiene más cuerno que Ceres. Y es que poseía una pluma (en sentido estricto) que para qué. Y si no ahí va una de sus mejores estrofas:

Vuelvo a Madrid y no conozco el Prado,
y no lo desconozco por olvido
sino porque me consta que es pisado
de muchos que debiera ser pacido.


Así, a las claras y sin tonterías.

En otra ocasión le dedicó a don Bernardino de Velasco, Conde de Salazar, encargado por Felipe IV de echar a los moros de España, y a su esposa, “doña Chirimía”, que, según cuentan, eran ambos la mar de feos, la siguiente redondilla:

Don Salazar de Legaña
dijo a doña Chirimía:
"Sed mora, señora mía,
para que os echen de España"

Y, no contento aún, tiempo más tarde, volvió a la carga:


Al de Salazar ayer
mirarse al espejo vi
perdiéndose el miedo a sí
para mirar a su mujer.


En unos de mis viajes a Madrid, caminando por la Calle Mayor, me paré en una esquina a meditar un tanto sobre ciertos aspectos de la condición humana. Ayer, como hoy, los asesinatos del “poder” estaban a la orden del día. Alguien dijo del conde “que picaba bien, pero que picaba alto”. En aquella esquina el conde fue asesinado con una edad cercana a los cuarenta. Muchos pensaron que la orden fue regia, pero nadie lo dijo, ni nadie se atrevió a demostrarlo.

El epigrama como habéis adivinado, no es más que un pequeño poema escrito desde la ironía, el sarcasmo o, simplemente, desde el humor. Unas veces para herir, otras para denunciar y otras, sin más, para hacer una gracia. Aunque a veces, más que una gracia, es un escarnio. Así ocurre con este epigrama donde Carlos Cano que vivió durante el siglo XIX, se hace eco de las preferencias de la mujer de un tal Mas:

A la mujer de Mas, Blas
la visita por demás;
y según propios y ajenos
para la mujer de Mas
lo de Mas es lo de menos.

Iriarte escribió otra tontería, pero que tiene su aquél:

-He reñido al hostelero.
-¿Por qué, dónde, cuándo, cómo?
-Porque donde cuando como,
como mal, me desespero.

Ya os lo dije, era una tontería. Como este pequeño consejo que Bretón de los Herreros le brindó a un tal don Gonzalo:

Voy a hablarte ingenuamente,
tu soneto, don Gonzalo,
si es el primero, es muy malo,
si es el último, excelente.


Bretón de los Herreros, durante un tiempo, vivió en el mismo edificio que un médico egregio llamado doctor Mata. Y se daba el caso que muchas veces, los amigos, curiosos o admiradores del dramaturgo, iban a buscarle a su casa, confundiendo de cuando en cuando el piso y molestando al insigne doctor. Éste, harto de que le molestasen, hizo instalar en su puerta un letrero que rezaba: “En aquesta habitación no vive ningún Bretón”

Cuando Bretón lo vio, decidió completar unos versos tan escasos con algo de su cosecha. Así quedó la advertencia:

En aquesta habitación
no vive ningún Bretón;
dejen ya de molestar,
pues vive un médico poeta
que al firmar en la receta
dice Mata. Y es verdad.


La relación de los poetas con los médicos, de siempre, nunca ha sido nada buena. Quevedo es el mejor estandarte para portar con esta afirmación. Como tampoco lo ha sido con el poder. Fuera éste el que fuera.

Para demostrarlo, voy a dedicar esta primera parte (pues sí, seguramente haya más, aunque os pese) a los epigramas políticos.

Y empecemos por la única vez que los franceses llegaron a jodernos seriamente. Durante el reinado de José I, el hermano de Napoleón, más conocido como Pepe Botella, surgió, ante la promulgación de una ley, un pequeño epigrama, sin firma y pintando en una pared:


Manolo: escribe ahí abajo
que me cago en esta ley,
que aquí queremos un rey
que sepa decir ¡carajo!


El tema de la política ha sido siempre fuente de inspiración para muchos epigramistas. Ya desde los inicios. Pero, como sé que en política, si no se conoce al político que se veja, la cosa no tiene gracia, incluiré el inició de uno de los romances de Jaime Campmany. (Para mí el mejor, por lo que me toca):

Por las tierras extremeñas
trisca Rodríguez Ibarra,
bellotari que gobierna
con un gobierno de cabras.


Este romance fue una respuesta a una de las muchas sandeces soltadas por el sempiterno presidente extremeño. En concreto, en el ocaso del felipismo, después de poner verdes a unos cuantos periodistas que no bajaban la cabeza, afirmó Juan Carlos que a esos periodistas habría que impedirles ejercer su labor. Así, en mitad de una supuesta democracia... y se quedó tan pancho el tío.


Durante la época en que Franco reinaba, los epigramistas tenían mucho cuidado de ocultar su labor bajo la bendita manta del anonimato. José Luis Arrese, el segundo de los dos ministros que “dimitieron” con Franco, cambió de idea cuando éste le comentó su intención de mandarle un tiempo a la trena. Alguien se hizo eco del asunto:


En el camino de El Pardo
han levantado una ermita
con un letrero que dice:
"Maricón el que dimita".


Volvamos a Sem, o sea, a Gustavo Adolfo y su hermano Valeriano. Éste era un gran acuarelista y se dedicaba a dibujar a la reina Isabel II, al rey consorte, a la ristra de amantes de la primera y a la abundante cornamenta del segundo.

Así, en una de esas acuarelas, aparece el rey, Francisco de Asís (ojo, no confundir con el santo) vestido de uniforme, con corona de cuernos, en cuclillas y dándole a la manivela. Debajo se lee:


El Rey consorte
El mayor pajillero de la corte.


Por supuesto, no podemos dejar de traer de nuevo a Juan de Tassis. Por algo lo mataron. En concreto, por escribir versos como éstos, dedicados a “los representantes de la villa de Madrid” después de que mandaran levantar una fuente con un perro de adorno:


Tanto poder tiene el trato
de las malas compañías
que pienso que en pocos días
ese perro ha de ser gato.


Y con esto os dejo. Otro día copio más cosillas.

COSMOPÓLITAN

Su labio inferior mordido,

su sonrisa, leve y lenta,

engarzada a una boca perfecta;

su forma de ignorar lo que piensa

y decir sólo lo que piensa el mundo;

su mirada de fuego, perezosa y blanca

como una nube extraviada en el inmenso azul del cielo;

su importancia, nacida de la belleza,

medida en una ajustada falda eterna

de inconsciente levedad…

Es todo una pose.


Su norma de vida, su argumento, su temor

como los de una abeja pecoreando entre flores,

su manera de imitar sentimientos

que hace tiempo dejó de sentir;

su rápida respuesta

-demasiado rápida para ser cierta-;

su cambiar de anillos cada poco

y su abandonar siempre un trozo pequeño

de comida en su almuerzo…

Es sólo una pose, y yo no la conozco.


Sus gustos estadísticamente estudiados,

sus ojos pintados como los ojos de un ciego,

su pelo decolorado en mil diferentes colores,

sus uñas recortadas, su aroma de gota de tiempo,

su mentira, su desgracia, su falsa promesa…

Es todo una pose.

Y yo… yo sólo conozco su tristeza.