CENA DE NOCHEVIEJA.
El pavo estaba tan rico como otros años. Pero este año la salsa agridulce sabía especialmente agria. Papá ha vuelto a intentar su discurso de año nuevo. Se nota que se va haciendo mayor porque cada vez los dice peores. La abuela ha empezado a llorar. Luego se peleó con mi madre. Como siempre. Mis hermanos y yo estábamos muy nerviosos. Hoy vendría Papa Noel. Thomas golpeó a Christopher en la nunca al pasar por detrás de su asiento. Crhis en seguida se ha levantado, pero como es tan grande y patoso, como una ballena fuera del agua, le ha dado al aparador con su silla. Papá les gritó que se estuvieran quietos. Se notaba que ya estaba ebrio porque les llamó bastardos. Mamá se ha enfadado con él y se lo ha recriminado. Como cuando la señorita Audrey le dijo al profe de gimnasia, el señor Philip, que si seguía insultándonos le denunciaría. El señor Philip le gritó que era una vieja metomentodo. Luego se fue farfullando algo. Tony Robinson dijo que había oído lo que dijo el señor Philip. Inicialmente no confesó qué fue. Quería hacerse el interesante. Creo que era porque nunca fue popular. Tony es un asqueroso bastardo. Y un pelota. Siempre anda detrás de Willy “El Cerilla”. Le llaman así porque una vez apagó una cerilla encendida en la boca. Aunque yo creo que es por la cera que reparte. Una vez le rompió la nariz a Julian Shoemaker. Tony sólo contó lo que el señor Philips murmuró cuando Willy le amenazó con darle una buena. Willy siempre pegaba a Tony, pero Tony no se separaba de Willy. Entonces dijo que había dicho que la señorita Autrey lo que necesitaba era un buen rabo. Todos nos reímos de lo lindo. Luego empezamos a dejarle rabos pintados por todos lados.
Papá emitió su risa estentórea y se levantó torpemente. Tambaleándose levemente subió las escaleras. Iba al baño. Entonces Chris cogió a Thomas por el cuello y se dedicó a darle capones. Mamá les pidió amablemente que se comportaran en la mesa. Luego Dorothy vino con el té y los dulces. Los que más me gustaban eran los de chocolate. No sé, pero creo que me recordaban a Paula, la secretaria del director. Era una mujer preciosa. En el recreo, si te acercabas con cuidado, podías escuchar a los mayores comentar lo que les gustaría hacerle. Yo los odiaba. Una vez Edgard Hume le dijo a Jhonny, el hijo de Paula, que su madre le había comido el nabo la noche anterior. Jhonny se enfadó, seguramente no aguantaba mucho más, y trató de pegar a Edgard. Pero Jhonny era dos cursos más pequeño que yo y no tenía ninguna posibilidad. Edgard lo tumbó con facilidad y se sentó en su pecho riendo. Los demás hicieron un círculo a su alrededor. Edgard comenzó a dar tortas con la palma abierta en el rostro blanco de Jhonny mientras repetía una y otra vez lo que le había hecho su madre. Jhonny lloraba y gritaba como una niña. A mí no me importaba que Paula tuviera un hijo. Mi madre decía que era una fresca porque estaba soltera. Pero a mí me gustaba más soltera. A veces soñaba que era mayor y que iba a buscarla a su casa. Ella me abría la puerta con su sonrisa cálida como la nieve y yo la besaba en los labios mientras la puerta se cerraba sola a mis espaldas. Como en las películas antiguas. En las modernas cuando se empiezan a besar no se cierran las puertas pero mamá cambia de canal. En mis sueños Jhonny no había crecido y no me importaba criarlo. Como era mayor le protegería de tipos como Edgar.
La abuela había empezado otra vez a hablar sobre sus años de juventud. Estaba medio ciega y me confundió con Thomas. Yo no dije nada y la escuché en silencio. No sabía porqué los viejos tenían que hablar tanto de su juventud. Otra vez me contó lo de cuando se escondían en los sótanos cuando la aviación alemana bombardeaba Londres. A mí me gustaba más mi abuela cuando no vivía con nosotros. Ahora era una pesada. No hacía más que pasar las horas sentadas en un sillón y poner de mal humor a mamá y a papá. Una vez mamá tuvo que irse a llorar a su cuarto por una discusión que había tenido con ella. Ella no lo sabe, pero me acerqué a su puerta y la escuché llorar. Mamá ya lloraba bastante cuando papá venía del pub. No entendía porqué tenía que llorar por la abuela también. A veces los problemas desaparecen solos, como cuando la señorita Audrey dejó de venir a clase un mes después del incidente con el señor Philips. El director nos dijo que fue porque estaba enferma, pero Paul Green decía que su padre le había dicho que estaba mal de la cabeza.
Papá bajó y ocupó de nuevo su sillón. Ya había acabado con la botella de champán y se abrió una cerveza. Luego eructó fuertemente. Iban a dar las campanadas. Dorothy encendió la radio. Nunca me ha gustado eso de recibir el año. Es una fiesta estúpida. Debería celebrarse que se ha acabado un año en lugar de que otro comienza. La abuela dijo que quería irse a la cama. Mamá le pidió que esperase un poco que no quedaban ni cinco minutos para que empezara el nuevo año, pero la abuela se puso terca. Siempre hacía lo mismo. Era así de inoportuna. Thomas estaba hiperactivo, saltando y gritando y tocando uno de esos silbatos de sonido cegador. Crhis no dejaba de comer dulces y Robert empezó a llorar en ese momento. Odiaba a Robert. No sabía porqué estaba allí. Mamá y papá dormían en camas separadas desde que cumplí cinco años. Chris me dijo entonces que así mamá no tendría más hijos pero no le creí. Los hijos son como Papá Noel, vienen mágicamente. O cuando Dios quiere como dice el reverendo Jones. Yo creo más en la magia que en Dios. Cuando sea mayor quiero ser mago. Antes quería ser dios pero parece que eso no se puede. Un año después Mamá trajo a Robert. Ahora seguía llorando y Mamá, cuando volvió de acostar a la abuela, dijo que el pobrecito tenía sueño y pidió a Dorothy que lo llevara en su camita. Era un pelma. Lo odiaba. Estaba todo el día esclavizando a mamá con sus lloriqueos. A veces, cuando mamá no me veía, le daba pellizcos de culebra en los brazos. Lo bueno era que aún no tenía edad para chivarse. Cuando mamá se cayó por primera vez por la escalera Robert no dejó de pedir como antes. Y Papá no ayudaba nada. La única que colaboraba un poco en las cosas de casa era Dorothy. Una vez me escondí en el zaguán de la entrada de atrás, donde suele irse a hablar con su amiga Elizabeth. Creen que no las escucha nadie, pero yo me escondo allí y oigo lo que dicen. Siempre son conversaciones aburridas de chicos que les gustan y a los que no se atreven a hablar. Una vez Elizabeth trajo un paquete de cigarrillos. Las dos fumaron. Yo se lo dije a mamá y le cayó una buena. No sé por qué lo hice. Dorothy me cae bien. Mamá en aquella época lloraba mucho. Y tenía un brazo vendado y un ojo morado. Había vuelto a caerse por la escalera. Pero fue peor que la primera vez. Cuando me chivé empezó a llorar. Luego le dije que era mentira que me lo había inventado. Pero no me creyó. Me cogió con su brazo bueno y me acercó a ella. Luego puso su cara en mi hombro y siguió llorando. Yo no sabía qué hacer. No quería que llorase. Y le conté un chiste verde que me habían contado en el colegio. Uno en que se decía la palabra “teta”. Mamá me regañó entonces y me dijo que no debía aprender esas cosas. Pero dejó de llorar. Luego, más tarde, cuando volvió a casa, papá le dio una paliza a Dorothy por fumar. Y Elizabeth no ha vuelto a venir.
Cuando dieron las doce papá se había quedado dormido y la baba se le escapaba por la comisura de los labios. Aquella noche le despreciaba más que nunca. Lo odiaba. Y en realidad no quería estar allí. Quería ser mayor y besar a Paula y luego criar juntos a Jhonny y protegerle de los Edgard Hume. Entonces mamá nos pidió que nos fuéramos a la cama que Papá Noel debía venir aquella noche y nos dejaría los regalos. Thomas empezó a gritar de alegría y se puso como loco. Y Chris, con la boca llena de chocolate, dijo que eso era una tontería. Mamá le regañó y le pidió que se callase. Pero él se rió como un imbécil y se fue de la sala de estar. Dorothy volvió entonces vestida con un vulgar traje de noche. Yo nunca había visto así a mi hermana. Parecía una furcia de la tele. Pero mamá no le dijo nada. La besó y le pidió que no llegara tarde. Si papá hubiera estado despierto no le hubiera dejado salir con esa pinta. Luego mamá desconectó la radio y todo se quedó en silencio. Me preguntó que si no tenía sueño. Yo respondí que no pero luego bostecé. Ella me cogió de la mano y gentilmente hizo que me alzara. Luego se arrodilló y me abrazo. Me dijo que me quería. Que me quería mucho. Y yo sentí ganas de llorar. Pero no le dije que la quería. Luego me dio un beso de buenas noches y me pidió que me fuera a la cama, a dormir. Dijo que si no lo hacía, Papá Noel no vendría con los regalos.
En realidad, no quería ningún regalo. NI siquiera la bicicleta con la que había soñado otros años. Ya no importaba. Sólo pensé, antes de quedarme dormido, que ojalá en el año que viene mamá no se cayera nunca más por las escaleras.
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