Mujer Leyendo.

Sentada en humilde sitial,

sobre su negro regazo,

abierto, quizá un misal;

la cabeza inclinada, como si un lazo

de horca la ahorcara; domado

el fino hilo del color

grave de la sotana, sobre él, cincelado,

se adivina un ruiseñor.

No vemos sus manos blancas,

ménsulas elegantes que elegantemente

sostienen el libro en francas

palmas de gesto ausente.

Imaginamos sus ojos, celestes velas

que devoran con premura

poemas, cuentos, novelas

o cualquier literatura.

Verla así, solitaria, te reconforta;

dejémosla en la pintura

pues el cuadro ya no importa

sólo importa la lectura.