LA FUERZA

Muy a pesar nuestro, y aunque nos neguemos a percibirlas, creo firmemente que existen, en este mundo, fuerzas que influyen en el destino de los hombres, más allá de su propia voluntad. No me refiero, aunque bien pueden tomarse como ejemplo, a las fuerzas naturales. El hombre, como ser destinado a estar por encima de toda la creación, piensa que puede doblegarlas… y no lo haríamos si no pudieramos. Sin embargo, estas fuerzas, a menudo domesticadas, a veces se encabritan y se vuelven contra su dominador, abajándole a su condición de mera criatura, al nivel de las cucarachas.

Existen otras fuerzas, de origen más desconocido, más subliminales, menos perceptibles, de naturaleza no mesurable, pero infinitamente más poderosas que aquéllas que hemos denominado naturales. Unas fuerzas que también quieren influir en la vida de los hombres, a menudo con fines poco claros para nosotros, y casi siempre con dedos invisibles. No a la manera en que es invisible el viento, pues éste se percibe, se siente, mediante otro sentido distinto a la vista; más al contrario, éstas no se sienten mediante los sentidos físicos. No son por ello algo extraordinario: en la naturaleza existen infinidad de elementos imperceptibles por los sentidos. No son fuerzas fuera de lo común, por tanto, a causa de esta característica; lo son porque, como ya hemos comentado, no existen ni existirán instrumentos para medirlas, ni para doblegarlas. El método científico no funciona con ellas.

El hombre, habitualmente, no percibe estas fuerzas. Ni siquiera cree que existan en realidad. El hombre religioso está más o menos predispuesto a aceptarlas, pero creer en ellas supone una auténtica prueba de fe que, habitualmente, el hombre religioso común no se ve capaz de enfrentar. Al que lo hace, le cambia su vida. Adquiere una visión nueva. Una nueva explicación para los acontecimientos. No ya de la Historia, sino, muy especialmente, de su historia que en definitiva es lo que mejor conoce, porque, a diferencia de la otra, no te la cuentan; la vives. La casualidad entonces se diluye; aún permaneciendo perfectamente válida, ahora ya no es fruto del azar.

Cuando das el salto de fe, volver a lo de antes, es prácticamente imposible. Es como intentar regresar al punto de partida exacto, tras andar un día perdido en una ventisca. Difícilmente volverás a ese punto, y donde acabes podría no ser de tu agrado. ¿Cómo he llegado a esto? Es una gran pregunta que mucha gente se acaba por hacer. La respuesta es sencilla, escogiendo mal. Ignorando la verdad.

Imagino, aunque es difícil de probar, que, de igual manera que un maremoto se ve mejor si estás momentos antes presente en la costa que es arrasada, estas fuerzas se sienten mejor cuando estás cerca de la puerta de salida, con más insistencia y preponderancia. Con mayor intensidad. Hasta casi dejarte, si has vivido de espaldas a ellas, paralizado de auténtico miedo. Pero, hasta entonces, una de esas fuerzas tirará de ti en un sentido, mientras la otra lo hará en el otro. O bien golpeará en sentidos opuestos. O bien una te ofrecerá unas oportunidades y la otra, otras muy distintas. No creo que intenten pasar desapercibidas; creo, aunque no tengo pruebas, que les da igual; tiran, no obstante, sabiendo que su percepción es extrasensorial, no física, y por tanto bastante difícil.

La tesis que expongo podría parecer un salto sin paracaídas desde la cima del Empire State: una mera locura. Pero la gente a veces se ve empujada a cometer estas locuras, dar estos saltos por más que conozcas el final. De igual forma, sostengo que si eres mínimamente sensible te acabarás por plantear que esas casualidades se amontonan en demasía. Tanto en un sentido como, asombrosamente, en el otro. Te verás empujado a esta locura. Tendrás que escoger: saltar, o quedarte hasta que tu alrededor arda.

El hombre está fuera de su propio control y totalmente a merced de lo que decidan las fuerzas sobrenaturales, sin embargo, resulta más cómodo y proporciona una mayor sensación de seguridad creer que la vida, nuestra vida, depende nosotros. Como habitualmente creemos a gran escala sobre la naturaleza: que podemos dominar su poder. Y, lo paradójico de esto, es que sí que podemos. Domesticar la naturaleza y dirigir nuestra vida. Un poder que ninguna otra criatura que conozcamos posee.

No obstante, este poder puede cegarnos si cometemos el error de asumir que nuestra vida depende de nosotros en exclusividad. No somos tontos, desde luego. Sabemos que no siempre podemos tener dominado la fuerza natural. Por ello asumimos que existe la influencia, en el resultado final, de las voluntades de otros hombres, o nos sabemos a merced de fuerzas naturales incontroladas contra las que poco podemos. Desde huracanes a enfermedades genéticas. Pese a todo, creemos que podemos luchar contra ellas. Creemos que, si lo intentamos con tesón, seriedad e inteligencia, podríamos lograr que el resultado final dependa realmente de nosotros. Queremos creer que nosotros hacemos nuestro camino, construimos nuestra vida.

A la vez que estamos plenamente en lo cierto, estamos absolutamente equivocados.

Buena parte del resultado, en cierto sentido, depende de nosotros. Sin embargo, tan sólo la parte de la nota final que se ponga a nuestras decisiones, bajo un código de evaluación preestablecido, depende en realidad del hombre. Todo lo demás, lo que consiga o no consiga, no es importante ni cuenta en el fondo. No depende de nosotros, en realidad. Ni el dinero, ni los descubrimientos, ni el poder… Al final, no importan. Qué decidimos en cada momento, eso cuenta. El resultado de esas decisiones, puede ser perfectamente predecible o escapar totalmente a nuestro control.

Somos plenamente conscientes de que la partida podría terminar en cualquier instante, y la mayoría disponemos o hemos dispuesto de un tiempo de juego. Pero en este juego, al que jugamos queramos o no, las reglas no las hemos puesto nosotros. Aunque nos empeñemos en cambiarlas, son las que son y dependen de un arbitraje superior. Las fuerzas sobrenaturales están ahí para influir, en un sentido y en el otro. Y esas fuerzas podrían manifestarse, -ya lo hicieron- de manera mucho más palpable.

Vivir de espaldas a ellas es la mayor tontería que hizo, hace y hará, el Hombre.

2 comentarios:

DULCINEA dijo...

Yo soy de las personas que piensan, que cuando menos te lo esperas la vida te pone a prueba para ver de qué pasta estás hecho, tu coraje, tu valentía, tu voluntad de cambio....todo ello influirá.
Y no se, si existirán o no Fuerzas Sobrenaturales que influyan en mi destino, creo más bien que cada uno controla su propio destino,que cada decisión que tomas en la vida por pequeña o insignificante que sea, cada oportunidad que dejas pasar te hará decidirte por un camino u otro.
En definitiva ¿no es el destino el que determina quien entra en tu vida? .... pero eres tú y solo tú el que decide quien se queda y quien sale de ella y son estas personas, las que nos acompañan en la vida, las que marcan realmente nuestro destino, pues son ellas las que nos harán reír, soñar, sufrir,gozar...en definitiva vivir.
La vida es una calle de un único sentido por ello nunca podrás retroceder en el tiempo, e ir marcha atrás en tus decisiones, como tu bien dices, tendrás que escoger entre saltar o quedarte hasta que tu alrededor arda...yo habría elegido quedarme y ver que pasa.

La reglas se pueden romper... a veces es necesario romperlas para ser feliz (no todo es blanco o negro).

Termino con una frase que creo que es de Willian Shakespeare" El destino es el que baraja las cartas pero nosotros somos los que las jugamos"

UN PLACER VISITARTE Y LEER LO QUE ESCRIBES

Epistolista dijo...

Muchas gracias por tus visitas y tus comentarios, Dulcinea. Me alegra que te agrade lo que escribo.
Y muy atinadas tus opiniones... Shakespeare, si fue él, tenía razón: nosotros jugamos las cartas que nos han dado... Por supuesto que nuestro destino no se forja sin nosotros. Es sólo que, a veces, pasa que alguien te acusa de hacer trampas y te descerraja un tiro.
Un crodial saludo.