ALMANEGRA... EL AUTOR.

ALMANEGRA

<No tiene nombre. No lo recuerda al menos. Pero para el público en general es Almanegra. Me espera en un sucio bar en un barrio peligroso de Madrid. Tiene barba de tres días. O más. Está sólo, sentado en su taburete, con un libro en una mano y una copa de licor en la otra. Viste una gabardina raída y sucia. Está escuálido, aunque es alto. Tiene en su rostro, que hubiera podido ser más atractivo si su dueño se cuidara, las marcas del alcohol. Sus ojos azules, desde los círculos oscuros que los cercan, miran con inteligencia. No buscan complicidad o simpatía, tan sólo te observan con tristeza, compadeciéndose de tu compasión>.

¡Estos periodistas siempre tan peliculeros! –sentada en el váter, con la revista de moda en las manos como es su costumbre, Cristina ojea por encima el artículo. No ocupa más de media página y se acompaña de una foto de la novela. La ha leído no hace mucho y siente curiosidad por saber más de su autor. Se pregunta si la descripción que hace la periodista es real o no es más que un truco para obtener interés.

<. P.: ¿Cómo ha cambiado su vida el éxito de su novela? No contesta en seguida. Primero da un trago a su licor. R.: Antes de que Dios enviara el diluvio, miró a la Tierra y vio que toda la carne en ella tenía un comportamiento vicioso. Tras el diluvio y millones de catástrofes más… nada ha cambiado. P.: ¿Quiere decir que en nada? R.: ¿A qué no sacó usted una matrícula de media en su graduación. Por un momento me quedo atónita. P.: ¿Perdone? R.: Disculpe, pensé que estábamos jugando a ver quien decía la obviedad más obvia>>.

Cristina, sorprendida, no cree que Almanegra sea un borde de tal calibre. No; piensa que es una estrategia de marketing. Seguro. Ha leído su novela. Es áspera, brutal, desagradable, pero no pudo evitar emocionarse con su lectura. Cristina mueve su cabeza y tras tomar aire, vuelve a posar sus ojos ávidos sobre las letras.

Desde ese instante supe que realmente no iba a ser una entrevista fácil. P.: Pero la novela debe estar proporcionándole un alto beneficio económico. ¿Qué hace con el dinero? Su rostro cetrino, casi hierático, se esfuerza en mostrar una sonrisa. R.: Lo he donado a la beneficencia. Ya sabe, me lo gasto en putas y cosas así. Tras semejante respuesta está claro que a Almanegra no le gusta hablar de dinero. P.: Algunos críticos han elevado su novela a la categoría de obra maestra del género policial. Según ellos sus personajes sobrepasan la realidad. Su novela se concentra en describir gran parte del mal que puede hacer un ser humano, ¿de dónde saca las ideas? ¿Es alguna parte autobiográfica? R.: Las ideas no son autobiográficas, sensu estricto. En realidad las ideas las obtengo de mi imaginación. Me imagino que me hacen una entrevista y luego me limito a apuntar todas las torturas que me gustaría hacerle al entrevistador por vivir en un perpetuo lugar común.

Las cejas de Cristina se alzan incrédulas. ¿Cómo es posible que la periodista accediera a publicar todo aquello? Ha olvidado el esfuerzo por hacer de vientre. Ahora se concentra en la revista y no siente los calambres en las piernas por mantener tanto tiempo la misma postura.

P.: Oiga, me limito a hacer mi trabajo. R.: Ya. Supongo que se ha empollado el protocolo para entrevistar escritores de su revista y se limita a seguirlo. P.: ¿Pero qué dice? R.: Mire, si quiere entrevistarme, adelante, pero por favor no me joda con las típicas preguntas que se le hacen a los típicos escritores porque es lo que supone usted, su revista, o mi editorial que es lo que el público necesita. Dejé de intentar averiguar qué coño necesita el público y pregúnteme algo que realmente merezca la pena saber. Y si no, váyase a sacarle respuestas hechas a otro escritor. Tengo que decirle que me disculpe e ir al cuarto de baño para contenerme. Dejo que pasen un par de minutos respirando hondo. Cuando siento mi cólera apaciguada decido salir. En ese instante se me ocurre transcribir de la grabadora mi entrevista sin quitarle nada. Al volver a nuestro particular cenáculo llevo una pregunta preparada. Me lo encuentro en la misma posición. Encorvado sobre su copa. P.: ¿Ha sido siempre un amargado o se lo hace para buscar una imagen? R.: Yo no pedí esta entrevista. No me interesa mi imagen, ni la de nadie. P.: ¿No hay nada bueno en su vida, algo como el amor? ¿No tiene familia o algún amigo al que quiera? Silencio. Ni siquiera me mira. Decido reformular mi pregunta para captar su atención. P.: ¿Es que acaso no cree posible tener amor en la vida, ser feliz? ¿No cree que existan cosas buenas en el ser humano? R.: Llevo miguitas de pan en el bolsillo, ¿sabe? Y, tras introducir su mano de largos dedos en su gabardina, me muestra un puñado de migas. Da un largo trago y acaba con el poco líquido que quedaba en su copa. P.: ¿Para qué son, las da a las palomas?

A Cristina le hubiera sorprendido que a un ser tan ácido le interesara el bienestar de los animales. Aquello sería la clave. La pieza maestra que movía todo el plan publicitario. Ahora iba a resultar que el cínico escritor era un alma buena atormentada por algún secreto terrible. Continuó leyendo con más avidez si cabe.

R.: Las voy tirando en el suelo cada poco tiempo. Se interrumpe. Vuelve a guardar las migas y pide otra copa. El camarero le sonríe en un vano acto de camaradería: Almanegra le ignora por completo. P.: ¿Cómo Hänsel y Graetel? El escritor me mira directamente a los ojos. El azul de su iris parece irse apagando según contesta. R.: Lo hago porque si alguna vez el amor o la felicidad empañan mi juicio y me llevan a buscar la mentira vacía de su existencia, las migas me ayudarán a recordar cómo encontrar el camino de vuelta.

1 comentario:

Rictus Morte dijo...

Muy bueno el post, me ha gustado la entrevista, pero no sueñes conque algún día te vayan a hacer esta entrevista a ti.